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North West River

North West River te gustará o no, pero no te dejará indiferente.

«Las infortunadas víctimas aparecían seccionadas por los huesos de brazos y piernas que comprendían las distintas articulaciones. Todos los restos estaban colocados de manera tal, que cada extremidad coincidía exactamente con una parte del peculiar círculo estructurado por el bronco exterminador. La cabeza, separada del tronco, ocupaba con majestuosidad el centro de la enigmática obra».

¿Quién o quiénes mataban brutalmente y cada tres años a los habitantes de North West River? ¿Qué secreto guardaban algunos de sus antiguos habitantes? ¿Quiénes son «ellos» y qué papel tienen en esta historia?

North West River: el conflicto eterno entre el bien y el mal.

Comentarios De Lectores (NWR)

«Emocionante. Un joven de Nueva York descubre unos inquietantes hechos respecto al lugar en que nació: cada tres años se comenten unos horribles asesinatos en North West River, un remoto pueblo de Canadá. Por algún motivo, Michael siente que debe ir allí e investigar qué sucede, sin saber que está metiéndose en un asunto que le supera, que no solo le afecta a él y a su familia, sino a todo el pueblo y a toda la humanidad. Con Michael todavía de camino, se precipitan los acontecimientos en North West River y lo que se encuentra al llegar supera sus peores sospechas.
El libro empieza pausado pero poco a poco va ganando en acción y llega un momento en que no puedes dejar de leer. Como buen libro de terror sabes que muchos de sus protagonistas no van a terminar con vida, pero la tensión no deja de crecer y es difícil parar»
. (AS)

«Recomendable lectura. Entretenida y trepidante lectura. Una vez comienzas a leerlo no te olvidas de la historia y buscas huecos en tu agenda para continuar leyendo. Mis felicitaciones por el libro y te animo a que continúes con tus historias». (Cliente Amazon)

«Suspense hasta el final. pocas veces puedo disfrutar de obras trabajadas de una forma tan exquisita y cuidada como la que he tenido el placer de disfrutar. Una obra que mantiene un ritmo de incertidumbre hasta el final, giros adecuados y momentos jocosos que consiguen lograr que el lector se relaje para posteriormente sorprenderle sin dar un ápice de benevolencia. Personajes ágiles y muy dispares que te sumergen en un clima de tensión del que no disciernes su sino. Recomiendo sin ninguna duda este thriller. Si eres amante del suspense, te encantará». (Cliente Amazon)

«Interesante y ameno. La novela no es muy larga y se lee con facilidad. La trama parece confusa por momentos, pero termina hilada con gran maestría. Destacar el final por sorprendente e impredecible». (Vicente N.M.)

«Te engancha desde el primer capítulo. Era un escritor desconocido para mí pero me ha cautivado. Desde el primer capítulo no he podido dejar de leerlo, tanto es que lo he hecho en un día. Diferentes historias entrelazadas en una y con un final sorprendente. Animo a leerlo». (Cliente Amazon)

«Es un libro con la capacidad de atraparte. La novela es capaz de llevarte a varias interpretaciones, ya que -por momentos- la narración presenta rasgos propios de Stephen King, David Lynch o Tim Burtom. Por otro lado, te hace pensar en lo que es importante de verdad en la vida». (Isa)

«Novela de terror, atrevida y sorprendente, que mantiene el misterio y la intriga de principio a fin. Te va atrapando más y más a cada capítulo que lees. Intriga y misterio hasta el final! Las descripciones e imágenes evocadas son dignas de las mejores películas de terror y Víctor Fernández Castillejo consigue llevar tu imaginación y tus emociones a límites insospechados (no apto para estómagos sensibles!). Atrevida y sorprendente. No habrás leído antes algo igual». (I.C.)

NOTA: Si cree que esta obra puede interesarle a otras personas, le animo a ayudarles a encontrar este libro, dejando un comentario sobre él, una reseña o su honesta opinión en Amazon y, también, compartiéndolo en sus redes sociales.

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Extracto de North West River (Capítulo 1)

«El espíritu del señor está sobre mí, porque él me ha consagrado. Me envió a traer la buena nueva a los pobres, a anunciar a los cautivos su libertad y a los ciegos que pronto van a ver. A despedir libres a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor». (Is 61, 1-2; cf 58,6)

            Puede que fuera finales de noviembre o principios de diciembre de 1991 cuando caminaban hacia la biblioteca pública de Manhattan, Nueva York. Los universitarios iban en busca de información complementaria para el trabajo que debían realizar. A pesar de la sensacional tormenta de nieve que caía esa mañana, consiguieron llegar al edificio y acomodarse junto al agradable calor de las estufas.

            Esta biblioteca supone un interesante centro de información no solo para Manhattan, también para el planeta entero. Allí se puede encontrar desde el más ínfimo detalle que posee cualquier mosquito, hasta lo más remoto de nuestro mundo. Las gruesas paredes de piedra protegen los miles de libros que atesora el edificio, estructurado en una sala principal y diversas estancias de acceso restringido. La gigantesca sala de lectura está separada en el medio por un brillante pasillo de baldosas marrones. Sobre las paredes hay estanterías de madera repletas de encuadernados. Del techo —decorado con tallas de madera y frescos que simulan el cielo— cuelgan unas lámparas repletas de bombillas. Las múltiples y holgadas mesas están dispuestas para que cada una pueda alojar grupos de —como máximo— dieciséis personas. Uno de estos núcleos estaba ocupado por ellos.

            ¿Quiénes son ellos? Se podría decir que sintetizan en cierto modo las cinco personalidades más comunes y variopintas de la cultura occidental, pero de momento haremos una sensata excepción y nos centraremos en el grupo formado por ellos, los auténticos protagonistas de esta historia.

            Comencemos por Julie Platz. Si la conocieras personalmente te llamaría la atención su belleza: ojos azules y esféricos como bolinches, piel tersa, curvas eróticas y esa larga melena caoba… Una mujer hermosísima. Julie puede resultar irresistible para cualquier hombre sensato que se precie.

            Por otro lado está Robert Gallagher. Un muchacho rubio con raya a un lado y perfectamente peinado. El carácter dulce e ingenuo del joven aparenta incompatibilidad con su fornido cuerpo, que parece estar sacado a imagen y semejanza de las esculturas griegas.

            May Everson representa de sobra a la petulante sabihonda de cada curso. La triste y achaparrada figura de May no le hace destacar para bien. Es el caso opuesto al de Julie. No obstante, sobresale como nadie en el terreno cultural e intelectual.

            El cuarto componente, un joven moreno, alto y guapo, responde al nombre de Frank Little. Es el típico individuo guasón y parrandero hasta la saciedad.

            Por último tenemos a Michael Cobb. Triunfa por sus pestañas largas, facciones angulosas y el hoyuelo en la barbilla. También ayuda su pelo grueso, oscuro y rizado. Está considerado el líder del singular quinteto. Normalmente ocupa el difícil sector de las decisiones e intenta no abusar del poder y la confianza que en él depositan los demás.

            Gozaban de una vida normal. Aunque, muy a su pesar, aquel inoportuno día marcaría de forma irremediable la de unos y torcería en extremo la de otros. Cada individuo tiene un momento y un lugar clave en su existencia. Lo acaecido en la biblioteca neoyorquina inició la cuenta atrás en el reloj biológico de alguno de nuestros, ya conocidos, personajes.

             Situados en corro alrededor de la mesa, se desbordó la catarata de ideas sobre cómo fisgonear entre los volúmenes, y cuál sería la función a seguir por cada uno de ellos.

            En diferentes secciones buscaban, obligada y vivazmente, Michael, Julie y Robert; ellos habían sido los elegidos para este quehacer. El primero se adentró por equivocación en el sector que recopilaba las noticias sensacionalistas habidas y por haber del siglo XX. Parecía una estrambótica colección de historia real, algo similar a una hemeroteca. Se percató del error, pero por cierta extraña razón continuó en el departamento y extrajo el tomo referente al año 1970, temporada de su ufano nacimiento. Las noticias estaban archivadas por meses y, como era Navidad, decidió abrir el tomo por el mes de diciembre. El día nueve reflejaba una noticia atroz que lo dejó anonadado, e hizo que el súbito escalofrío del terror recorriese su cuerpo.

            «Han sido encontrados los cuerpos brutalmente descuartizados de dos jóvenes en una localidad de Canadá llamada North West River. Se desconoce la identidad del autor de los hechos —detuvo por breves momentos la lectura. Inspiró profundamente y pensó. Centró de nuevo su atención en el amarillento papel—. Como también los motivos que pudieron inducirlo».

            Dejó el viejo tomo y cogió otro posterior, el de 1973. Cuál no sería su sorpresa al descubrir, en el mismo mes, la noticia de un maquiavélico asesinato cometido en North West River y con testimonios idénticos al crimen anterior, el de 1970.

            Movido por la intriga que lo dirigía eligió el año 1974. Voló directamente al duodécimo mes sin obtener lo que supuestamente esperaba.

            El instinto mandaba ahora y le ordenó fallar por 1976. Acertó. Por lo confirmado, se figuró que alguien iba matando a la gente de North West River cada tres años, demostrando una exactitud indudable.

            Agarró los ejemplares de 1970, 1973 y 1976. Caminó con ellos hacia donde estaban sus amigos, incluidos Robert y Julie, y los dejó caer sobre la mesa. El estrepitoso ruido asustó al grupo. Segundos después, se oyó una más que severa llamada de atención por parte del anciano bibliotecario. Un hombre bajo, calvo y redondo.

            —Me gustaría que le echarais un vistazo a esta noticia — dijo el joven, señalando la misma.

            El grupo lo miró desconcertado. Robert trató de mostrar algún interés por el acaecimiento, pero fue un esfuerzo al que renunció enseguida. Se suponía que debían realizar un trabajo para la universidad, no una absurda búsqueda de sucesos morbosos.

            —Michael, tenemos que hacer el trabajo en menos de cuatro días… ¿y tú traes una noticia para que la veamos? —le recriminó Frank, molesto por el susto recibido.

            —No es una noticia cualquiera —objetó—. Aquí habla de varios asesinatos cometidos cada tres años, en la misma época y tal vez por la misma persona —siguió el joven Cobb.

            —Bueno… ¡otro misterio sin resolver! —replicó May, alzando la voz—. Pero, ¿qué tiene que ver contigo, con nosotros? Sigue siendo una noticia más.

            El bibliotecario volvió a demostrar su autoridad con un potente siseo. La simple propuesta de ojear el fragmento periodístico había dado pie a una absurda disputa, y el ambiente se caldeaba por momentos.

            —No le estáis dando opción a explicarse. Escuchadle durante unos minutos no puede perjudicar mucho a nuestro trabajo —opinó Julie Platz acertadamente.

            —Tiene razón —dijo Robert, implicándose en la discusión—. Primero que hable. Y si lo que dice es una chorrada…

            A veces, ir descaradamente en contra de la mayoría conlleva tener problemas serios. De estas y otras muchísimas cosas tenía sobrado conocimiento May Everson, que había sido tratada en diversas ocasiones como un bicho raro por sus ya comunes y tradicionales discrepancias a la hora de hablar con la gente.

            —Está bien, cuéntanos —accedió May con aspereza.

            Michael centró la mirada en los libros que guarecía bajo las manos. Después la levantó analizando a sus compañeros, que esperaban impacientes una aclaración.

            —En la localidad canadiense de North West River asesinan a la gente de forma macabra cada tres años. El autor de los hechos deja siempre unas señales «bastante personales» —expuso, no sin cierta ironía.

            Abrió el primer tomo de la saga y les mostró las fotografías —desagradables en exceso— que lo ilustraban. Las infortunadas víctimas aparecían seccionadas por los huesos de brazos y piernas que comprendían las distintas articulaciones. Todos los restos estaban colocados de manera tal, que cada extremidad coincidía exactamente con una parte del peculiar círculo estructurado por el bronco exterminador. La cabeza, separada del tronco, ocupaba con majestuosidad el centro de la enigmática obra.

            —¡Espantoso! —exclamó Frank Little, señalando una de las espeluznantes instantáneas y negando con la cabeza—. ¿Cómo es posible que dejen publicar estas fotos?

            —Los asesinatos de North West River comenzaron en 1970 y llegan hasta 1988 —siguió Michael sin hacer mucho caso al comentario de su amigo—. En este año, 1991, ha de cometerse otro: el séptimo.

            Acaparar el centro de atención suele ser el pasatiempo preferido de algunos desalmados. Y mejor aún si pueden hacerlo avergonzando a sus rivales más directos.

            —Es curioso… ¿hasta dónde piensas llegar? —preguntó May con cierta dosis de malicia—. ¿Cuáles son tus perspectivas como investigador?

            Las desafiantes y negras pupilas de ambos se juntaron, se imantaron. El grupo centró todo su interés en el irremediable y cercano combate dialéctico.

            —Todos sabemos que te preocupa bastante el trabajo, pero sobran tus bromas pesadas —le recriminó Michael con rectitud—. No estaría mal que, de vez en cuando, pensaras en algo que no fuera tú misma.

            Sin duda, la alelada cara que mostró la joven Everson ante tan contundente respuesta hablaba por sí sola. La pugna duró menos de lo esperado, manteniendo el mancebo Cobb intacto su bastón de mando. May debería probar en otra ocasión para usurpárselo. Michael, como todo líder carismático, sabía parar las descalificaciones a la primera. Una frase oportuna, una elocuente mirada o un gesto… y suficiente.

            El quinteto que discutía junto a la ventana acababa de formarse hacía escasamente cuatro meses y nunca habían hablado de su vida privada; al menos de forma seria. Aún así, parecía evidente la existencia de una creciente amistad que les unía cada día más.

            —¿Qué narices es ese ruido? —preguntó Michael.

            —¿Qué ruido? —preguntaron al unísono.

            —Un pitido rítmico y agudo. Beep, beep, beep. Bueno, da igual. Como podéis ver, soy estadounidense —continuó, mostrando su documentación—, pero la verdad es que nací en Canadá, en este pequeño pueblo del que habla el periódico, en North West River. ¿Entendéis ahora mi asombro? No es un suceso cualquiera, May —aclaró, mirando a la aludida—. El asunto me atañe directamente por el año en que nací y, sobre todo, por dónde nací.

            Por primera vez desde que comenzó la discusión tomó importancia la repulsiva noticia. La casual circunstancia dictada por su compañero produjo este inesperado fenómeno, y el dichoso trabajo quedó desplazado a un paupérrimo segundo lugar.

            —¿Insinúas que pueda haber una relación entre los asesinatos y la causa de vuestro cambio de domicilio a Nueva York? —intervino Julie.

            No, no se le había ocurrido. Al joven Cobb le sorprendió la insólita casualidad de haber visto la luz en un pueblo insignificante, pero en donde alguien mataba por las buenas y salía airoso de su merecido castigo. Un pueblo donde una persona era capaz de cometer el crimen perfecto: aquel del que no se encuentra culpable alguno.

            Michael no relacionó la noticia con su familia. Sin embargo, rechazó despreciar la idea y siguió el atildado camino marcado por Julie Platz. Encontró otra vertiente más atractiva aún con la que justificar su empecinamiento.

            —Eso es lo que me intriga y a la vez me preocupa. Si resulta ser cierto, ¿por qué no me lo comentaron mis padres? —inventó, cerrando el ejemplar con suavidad.

            —Antes de implicar a nadie, asegúrate bien —le recomendó May—. ¿Te has cerciorado de que esos asesinatos comenzaron en 1970 o hubo más con anterioridad?

            Sin mediar palabra alguna dejó la pregunta en el aire y salió disparado hacia la estantería. Michael miró el libro de 1967 con pulso tembloroso y poco normal en él. No podía dar crédito a lo que estaba averiguando: en diciembre de ese año se había cometido un crimen calcado a los anteriores. Comenzó a extraer libros y pudo constatar que los asesinatos se remontaban hasta 1964. A continuación, anduvo hacia la mesa con los tomos de 1964 y 1967.

            —Tenías razón, May. Los asesinatos comenzaron unos años antes —anunció, resoplando—. Es increíble.

            Lo dicho, como todos los halagos recibidos por su agraciada inteligencia, satisfizo a la joven de manera notable y sirvió para encaminar la reconciliación entre ambos.

            —¿Comprendes por qué te hice buscar estos libros? Tal vez tus padres tuvieron que dejar North West River para evitar males mayores. Debes hablar con ellos, será lo mejor —contestó.

            Así aconteció. Lo que en principio parecía ser una casualidad, acabó fastidiando la mañana. Michael se despidió de sus compañeros y, tras disculparse por dejarlos de aquella forma, abandonó la biblioteca.

***

            Le habían puesto diferentes apodos: carnicero, desmembrador, mutilador… «El carnicero» era el más utilizado.

            Medía dos metros con diez centímetros y pesaba ciento sesenta kilos.

            Albino, corpulento y calvo.

            Su fuerza era tremenda.

            Su ataque cuerpo a cuerpo… extremadamente rápido.

            Siempre sostenía una macheta descomunal y muy afilada con la que infligía golpes consistentes y letales.

            Residía en una enorme cámara. Un sótano atestado de cadáveres mutilados, los restos de la gente que iba matando. Había creado un santuario macabro donde la fetidez era vomitiva, insoportable.

            Las paredes estaban llenas de rastros de sangre, cráneos, huesos, trozos humanos… Ocurría lo mismo con el suelo.

            Aturdía a sus víctimas con una barra de hierro para raptarlas.

            Casi siempre les cortaba la garganta para terminar decapitándolas.

            A veces las mutilaba a base de mordiscos.   

            Le gustaba abrirlas en canal y extirparles los genitales.

            Conservaba en formol partes de la anatomía humana que guardaba como trofeos.

            Hervía las cabezas y las blanqueaba para exponerlas colgando del techo.

            Tomaba fotografías de los cuerpos y de cada etapa del desmembramiento.

            Bebía la sangre… y también se empapaba con ella.

            Practicaba la necrofilia y el canibalismo.

            Realizaba trepanaciones en el cráneo y devoraba crudo el cerebro.

            Era un sádico, un asesino, un psicópata degenerado… y quería volver a matar. Necesitaba volver a matar.

***

Y hasta aquí llega el primer capítulo de North West River.

Agradecimientos por la lectura y corrección

Isabel Chica Sanchiz

Gema Cabanes Antín

Elena Fernández Castillejo

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